Códice Tro-Cortesiano , la enciclopedia libre

Códice Tro-Cortesiano o Códice de Madrid
Facsímil del Códice Tro-Cortesiano expuesto en el Museo de América de Madrid (detalle).
Idioma Maya yucateco.
Encontrado en Madrid (Códice Troano).
Extremadura (Códice Cortesiano).
Descubrimiento siglo XIX.
Ubicación Museo de América.

El Códice Tro-Cortesiano o Códice de Madrid (también escrito Tro-Cortesano, Trocortesiano, Trocortesano o, en latín, Codex Tro-Cortesianus) es un códice maya. Descubierto en España en la década de 1860, está considerado el libro más importante del Museo de América de Madrid, y una de las piezas más destacadas de toda la colección, aunque por necesidades de conservación lo que se expone al público es un facsímil y el original permanece guardado en la cámara acorazada del museo.

Toma su nombre del archivista y contrabandista español Juan de Tro y Ortolano de la Reina (1814-1875), en cuyo poder se encontró este códice «troano».

Se trata de uno de los cuatro únicos códices mayas prehispánicos que se conservan, junto con el Códice de Dresde (Biblioteca Estatal de Sajonia y de la Universidad de Dresde, Dresde), el Códice de París o Códice Peresiano (Biblioteca nacional de Francia, París) y el Códice Maya de México, o Códice Grolier o Códice Sáenz, (Biblioteca Nacional de Antropología e Historia, Ciudad de México), cuya autenticidad fue por mucho tiempo discutida,[1]​ aunque un estudio en profundidad publicado en 2016 por un equipo de la Universidad Brown (Estados Unidos) aseguró que no solamente es auténtico, sino el más antiguo de los conservados.[2][3]

Descripción[editar]

Consta de 56 hojas escritas por ambas caras, con un total por tanto de 112 páginas. Su soporte es una tira vegetal que está plegada en forma de biombo, para así facilitar su lectura. Sus dimensiones son 6,82 metros de largo, 22,6 centímetros de alto y 12,2 de ancho. Ello lo convierte, con diferencia, en el libro maya precolombino más extenso de los que se conservan,[4]​ frente a los 3,56 metros del Códice de Dresde y 1,43 del de París. Como era costumbre entre los mayas, cada página está ribeteada en sus cuatro lados por una gruesa línea de color rojo. En algunas de ellas aparecen también otras líneas rojas horizontales que las dividen en secciones.

Se trata de un libro de carácter adivinatorio, cuya estructura está basada en el Tzolk'in, el ciclo sagrado de 260 días. Su contenido consta principalmente de almanaques y horóscopos utilizados para ayudar a los sacerdotes mayas en la realización de sus ceremonias y rituales adivinatorios. También contiene tablas astronómicas, pero menos que en los otros tres códices. Es probable que parte del contenido haya sido copiado de libros mayas más antiguos. El códice también incluye una descripción de la ceremonia de Año Nuevo. Aunque es estilísticamente uniforme, un análisis detallado sugiere que en su producción participaron varios escribas. El contenido religioso de la obra hace probable que los propios escribas fueran miembros de la clase sacerdotal. El códice se transmitió probablemente de sacerdote a sacerdote, y cada uno añadió al libro una sección de su propia mano.

Las ilustraciones del códice representan rituales como el sacrificio humano y la invocación a la lluvia, así como actividades cotidianas como la apicultura, la caza, la guerra y el tejido. Otras imágenes muestran a dioses fumando silkar (tablas 25, 26 y 34), cigarros de hojas de tabaco similares a los modernos cigarrillos.

Se fecha la creación del códice en el Posclásico Tardío, posiblemente en el siglo XIV d. C. aunque no se sabe el año exacto. Su lugar de procedencia se cree sea de Yucatán, aunque la falta de información concreta requiere que se formulen nuevas hipótesis mediante el estudio del códice. Se ha podido identificar la corteza utilizada para el papel a una higuera, aunque este dato no ha ayudado a determinar su lugar de origen exacto.

El idioma que predomina en los textos glíficos es el maya yucateco, que actualmente se sigue hablando en la península de Yucatán, Chiapas, el Petén y Belice. Especialistas han especulado que este códice pudo haber sido obtenido de los mayas-itzá asentados en la Isla de Flores en el lago de Petén después de la conquista española de este sitio en 1607.[5]

Contiene escenas adivinatorias dentro de un contexto de ciclos calendáricos (el tzolkin de 260 días y el haab de 365 días) y las direcciones del universo. En las imágenes vemos representados rituales y actividades cotidianas como la agricultura, apicultura, petición de lluvia, actividades bélicas y sacrificios humanos y tejido, que se reflejaban en el ámbito de las deidades.[6]​ Un ejemplo de estos tejidos lo vemos en ilustraciones de mujeres tejiendo en telar de cintura, un tema que ha sido asociado con la diosa de la luna y se puede comparar con el movimiento de la luna. Se ilustran ceremonias sobre el final de un ciclo de 365 días. Los rituales mayas tenían el objetivo principal de adorar a su panteón de dioses para poder obtener sus bendiciones. y es así como los mayas llevaban a cabo rituales para buscar el favor divino, expresar su gratitud, buscar alguna curación, bendición o prosperidad.

Éste códice es el más extenso entre los existentes mayas prehispánicos, cuenta con 112 páginas – 56 hojas pintadas por ambos lados –, con dimensiones de 23,2 centímetros de altura y 12,2 centímetros de ancho, con sus ligeras variaciones. El material con el que se preparó es amate, que originalmente se había preparado en una sola tira larga que se había doblado en forma de acordeón. Los colores que podemos ver actualmente son tonalidades de café rojizo oscuro, amarillo café claro, dos tonos de azul, negro y gris. En algún momento se dividió en dos partes la pictografía, una gran parte de estuco fue desprendido de la parte superior en la página 56, se resguarda junto con el resto del códice.

Historia[editar]

El códice Tro-Cortesiano tiene sus raíces en dos secciones que por un tiempo se creyó eran autónomas, conocidas previamente con los títulos de Códice Troano y Códice Cortesiano. El primer fragmento se encontraba en manos de Juan Troa y Ortolano en 1866, mismo año en el cual fue visto por Charles Etienne Brasseur de Bourbourg en Madrid, quien mandó a hacer lo arreglos para poder hacer una reproducción litográfica del códice un año más tarde, en 1869. En 1888 fue adquirido por el Museo Arqueológico Nacional. El segundo fragmento, Cortesiano, recibe su nombre debido a su adquisición en Extremadura por parte de José Ignacio Miró, y la creencia de haber llegado a esta provincia por parte de Hernán Cortés tras la conquista. El Museo Arqueológico Nacional adquirió este fragmento de Miró en 1872. Alrededor de 1880 tras la circulación de fotos del Cortesiano, se pudo llegar a la conclusión de que ambos fragmentos pertenecían a un mismo códice, y en 1888 pasó a llamarse Tro-Cortesiano tras ser unido en el Museo Arqueológico Nacional.

Relacionados al fragmento Troano del códice encontramos al Abate francés Charles Étienne Brasseur de Bourbourg, que en las notas a pie de página de uno de sus libros sobre los monumentos antiguos de México publicado en 1866 habló por primera vez de este códice en propiedad de un amigo español suyo, del cual no sabemos el nombre hasta 1869 en la notas de la introducción del estudio de este códice[7]​. Este personaje era Juan de Tro y Ortolano, quien pertenecía al Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos.

Por otro lado el fragmento Cortesiano tiene vinculado a Juan Ignacio Miró, un coleccionista y anticuario especializado en manuscritos, y a Juan Jiménez de Sandoval, un diplomático y marqués de la Ribera. Se cree que también haya una posible relación a ambos fragmentos del códice maya en Simón Peón, parte de una de las familias más ricas de Yucatán y propietario de la mayoría de las haciendas en las zonas de Mérida a Uxmal.[7]

Se tiene una historia oficial del encuentro del fragmento Troano, con datos dispares que hacen la historia oficial contada poco creíble. La primera noticia que se tiene sobre este fragmento es dentro de una breve nota a pie de página en un escrito de Brasseur de Bourbourg, donde se menciona la existencia de un códice maya que él mismo encontró en Madrid tras su regreso de Yucatán que se llevó a París para su estudio. Solo se conocen las noticias transmitidas por el abate francés; se sabe que fue expuesto en París en 1867, aunque se desconoce el momento en el que regresó a España, y se pierde su proveniencia hasta su adquisición por el Estado español en 1888.

Al período tardío de la escritura jeroglífica Maya le hace falta una documentación adecuada debido a la falta de textos conservados que se puedan atribuir a este periodo. A pesar de esto, los ejemplos existentes muestran un estilo gráfico coherente y distintivo, semejante al estilo gráfico del periodo Clásico que le antecede, aunque se ve el desarrollo seguro y coexistente de variaciones regionales en el estilo.

Sus características gráficas generales manifestadas nos permiten situarlo en el periodo tardío de la escritura Maya.

A la hora de observar la asociación diferencial de rasgos concretos y elementos gráficos de los signos presentes en el documento, y el patrón que se sigue a la hora de distribuirse a lo largo del texto, se teoriza y apunta a la posible intervención de varios escribas, con un máximo de nueve manos distintas que intervinieron de forma consecutiv[8]​a. Dentro de la sociedad Maya durante el período Clásico, los escribas estaban situados en la cúspide de esta; estaban emparentados de manera muy cercana con los gobernantes de las cortes, ocupando puestos de alto nivel sin interferir con la línea de herederos al trono.

Estado de conservación[editar]

Está confeccionado mediante un procedimiento que se asimila al del papiro egipcio. Este consiste en una tira de fibra vegetal que es cortada en rectángulos, es estucada, alisada y luego se pliega en forma de biombo para poder escribir en ambas caras de las hojas. Este procedimiento se sigue con el resto de códices mayas conocidos.

Sobre este soporte vegetal se aplica una capa de preparación de calcita, donde encima se encuentran los pigmentos que se componen mediante varios elementos; en el caso de los pardos su composición es de tierras con óxido de hierro, en los casos de los tonos más oscuros se han encontrado trazas de negro de huesos. La variación en las tonalidades de las gamas se debe a la mezcla de tierras naturales asociadas a la calcita y arcilla de diversos tipos, que produce una amplia gama cromática a la hora de procesar dichos minerales.

En el análisis elemental de la capa pictórica azul, presente en la mayoría de las páginas de este códice, vemos la presencia del pigmento conocido comúnmente como “Azul Maya”. Este pigmento destaca entre los pigmentos históricos conocidos por sus excelentes propiedades, como un color intenso, resistente a la luz, la corrosión y al calor moderado. Su elaboración es mediante una serie de tratamientos a la hoja de jiquilite.

Iconografía[editar]

El panteón dentro de la religión maya antigua es uno de los aspectos más complejos que se presentan dentro de esta, y para poder entenderlo debemos abordarlo usando diversas fuentes coloniales, tanto de españoles como de indígenas, dentro de las que nos han llegado múltiples nombres de sus dioses, y mediante las cuales se han podido comprender aspectos de las deidades mayas.

A lo largo de las 112 páginas encontramos más de mil figuras donde aparecen un buen número de representaciones de deidades. En ningún códice maya conocido vemos dos representaciones iguales, se tienen en cuenta las características de las deidades que se tenían que incluir dentro de los dibujos por parte de los escribas, para poder permitir una identificación fácil y correcta de cada dios que se representará.

Los rasgos significativos y características de los personajes los podemos encontrar en lo que se ha llamado la cabeza de la deidad. Es por esto que muchas veces el glifo nominal de cada deidad contiene algunos de estos rasgos, y se asimila a la cabeza en perfil. En la primera mitad vemos un uso generalizado del color, donde la pintura azul en todo el cuerpo, o cuando solo vemos sus cabezas, muestra las representaciones de 19 deidades.

Gracias a las fuentes españolas se sabe que el uso del pigmento azul estaba relacionado con prácticas rituales de fertilidad en los campos y la renovación de la vida en la tierra. El uso de este pigmento en los códices se relaciona directamente con la lluvia y la fecundidad, y no tanto con los dioses que se representan. Existe una posibilidad que las deidades estuvieran pintadas de azul por su relación con la fertilidad cósmica.

La vestimenta que portan las deidades en este códice son escasas, suelen llevar taparrabos similares a los usados personajes masculinos dentro del manuscrito. No aparecen con falda, prenda usada por los personajes femeninos dentro del códice; ni tampoco capas como se usa en el Códice de Dresde. Estas mismas deidades llevan adornos como collares con cuentas atado en la parte de atrás del cuello, en ocasiones también se ven pectorales con cuentas. Se ven brazaletes siempre presentes con las deidades, pero el diseño de estos no se diferencia con respecto al resto de personajes del códice.

Varios dioses han sido identificados por sus nombres. Aparecen como patronos de katunes en los Libros de Chilam Balam. Dentro de los dioses identificados vemos representaciones de dioses como Chaac, el dios de la lluvia, Chak Chel, la diosa creadora, el dios del comercio y el dios de la muerte. En las láminas 75 y 76, junto con las 77 y 78 vemos uno de los ciclos de la rueda calendárica maya del tzolkin de 260 días.[9]

Los rituales dentro del mundo maya se manifestaban en ceremonias complejas, que eran lideradas por élites sacerdotales establecidas dentro de los grandes asentamientos. Se mantenían reglas rígidas sobre la pureza espiritual, incluyendo la abstinencia sexual y baños purificadores en los baños de vapor de temazcal. Se quemaba copal para la purificación y se ingerían drogas para diferentes tipos de rituales.

Los sacrificios de sangre eran cruciales para la civilización maya, en donde se sacrificaban animales, hombres y niños en honor a los dioses. Esta sangre era considerada el alimento de los dioses, y el sacrificio humano era el tributo más alto que se podía hacer a un dios – en lo general, se sacrificaban a prisioneros o esclavos. La sangre considerada la más valiosa era la que se podía extraer de las orejas y la lengua, pero era común que se hicieran heridas para ofrecer su propia sangre a los dioses. Se podían realizar extirpando el corazón, sea un sacrificio de humano o de animal.

Además de la realización de esos sacrificios, los mayas hacían modificaciones corporales, que incluyen deformaciones craneales, pintura corporal, perforaciones en la lengua, labios, nariz y orejas y la expansión gradual de las perforaciones de las orejas. Esto se puede ver representado en los personajes del códice.

Véase también[editar]

Referencias[editar]

  1. Baudez, Claude-François (2002). «Venus y el Códice Grolier». Arqueología mexicana (México, D. F.: Editorial Raíces) (55). ISSN 0188-8218. Archivado desde el original el 6 de febrero de 2010. 
  2. «El discutido cuarto códice Maya demuestra su autenticidad». Europa Press. 8 de septiembre de 2016. Consultado el 10 de septiembre de 2016. 
  3. Marya G. Nieto (9 de septiembre de 2016). «Un estudio prueba la autenticidad del manuscrito más antiguo de América». El País. Consultado el mismo día. 
  4. Ciudad Ruiz, 2000, p. 11.
  5. «El Códice Madrid: fascinante libro sagrado de los antiguos mayas». www.revistaciencia.amc.edu.mx. Consultado el 1 de abril de 2024. 
  6. Castro, Luis Sanz (1 de enero de 2000). «Los escribas del Códice de Madrid. Metodología y análisis pre-iconográfico.». Revista Española de Antropología Americana 30: 87-87. ISSN 1988-2718. Consultado el 25 de marzo de 2024. 
  7. a b «Origen del códice maya de Madrid o Trocortesiano». https://www.cultura.gob.es/museodeamerica/investigacion/publicaciones/anales/anales-27.html. Consultado el 28 de marzo de 2024. 
  8. García-Gallo, Alfonso Lacadena (1 de enero de 2000). «Los escribas del Códice de Madrid: metodología paleográfica.». Revista Española de Antropología Americana 30: 27-27. ISSN 1988-2718. Consultado el 28 de marzo de 2024. 
  9. Noguez, Hermann Lejarazum, Paxton, Vela (2009). «Códice Madrid». Arqueología Mexicana 31: 20-23. 

Bibliografía[editar]

  • Ayala Falcón, M. (2006). De la procedencia y el uso del Códice Madrid (Tro-Cortesiano). Estudios de cultura maya, 27, 15-41.
  • Barrera Vásquez, A. (Trad.), & Rendón, S. (2005). El libro de los libros de chilam balam. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Cabello Carro, P. (2021). Origen del Códice Maya de Madrid o trocortesiano. Anales Del Museo De América, 27(1), 250-278.
  • C. Ruiz y A- Lacadena (1999) El Códice Tro-Cortesiano de Madrid en el contexto de la tradición escrita Maya. Museo Nacional de Arqueología y Etnología, Guatemala. 876-888.

Enlaces externos[editar]